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Los años veinte fueron de auge tras la pandemia… y ojalá pase de nuevo

Con un siglo de distancia, ambas décadas comparten similitudes, ¿pero tendrán el mismo final? El estancamiento secular actual es el principal obstáculo.

Hacía frío y algo de viento, de pie frente al Capitolio, el recién investido presidente pidió "una nueva unidad de espíritu y propósito" para articular a una nación sacudida por la pandemia y el alto desempleo. Su predecesor no estaba en el estrado. La toma de posesión de Warren G. Harding el 4 de marzo de 1921 marcó el comienzo poco prometedor de una década histórica. El sombrío estado de ánimo no dejaba presagiar que Estados Unidos estaba a punto de entrar en un ciclo expansivo.

Los pujantes y felices años veinte (una década conocida como los roaring twenties) vieron la adopción generalizada de las cadenas de montaje, el automóvil, la radio, las películas, la plomería interior y los electrodomésticos. El consumismo y la cultura de masas tomaron forma. Fue la década del art deco y el jazz, Coco Chanel y Walt Disney, El Gran Gatsby y el Renacimiento de Harlem. Fue "la primera década verdaderamente moderna", dice el historiador económico de la Universidad de Marquette, Gene Smiley.

Hoy que Estados Unidos sufre otra pandemia, es tentador preguntarse si la historia se repetirá. Una vez que pase el virus, ¿rugirá la década de 2020 como lo hizo la década de 1920?

No es imposible. El año pasado demuestra que la economía y la sociedad pueden cambiar rápidamente de forma. Hemos visto el desarrollo de varias vacunas COVID-19 en un tiempo récord y una transición casi inmediata al trabajo remoto. A pesar de la pandemia, Tesla vendió casi medio millón de vehículos eléctricos en 2020. Una división de Alphabet resolvió un problema que la comunidad científica llevaba 50 años estudiando, usó inteligencia artificial para predecir con precisión cómo se pliegan las proteínas, un avance que podría revolucionar el descubrimiento de nuevas medicinas.


Sin embargo, con toda probabilidad, Estados Unidos continuará luchando contra el "estancamiento secular", una plaga económica de las naciones desarrolladas. Los signos incluyen una población que envejece, un lento crecimiento de la fuerza laboral y una demanda débil de crédito, razón por la cual la enfermedad es resistente a los remedios monetarios tradicionales. La evidencia más reciente de que los inversores no tienen muchas esperanzas de que la próxima década rompa ese molde es que el rendimiento de los bonos del Tesoro a 10 años protegidos contra la inflación está en terreno negativo de alrededor de 1 por ciento, frente al 4 por ciento durante el boom tecnológico de los noventa.

A pesar de las diferencias, al copiar lo que se hizo bien en los años veinte y evitar lo que salió mal, los estadounidenses pueden hacer que la década de 2020 sea un éxito, para los estándares actuales, claro.

El mundo de 2021 es "un batiburrillo de los años veinte en muchos sentidos", dice el economista Eugene White de la Universidad de Rutgers. Los precios de las acciones son altos en relación con las ganancias corporativas, como ocurría entonces. El recelo actual hacia instituciones internacionales como las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud le resultaría familiar a un ciudadano de 1920. Las relaciones raciales vuelven a ser tensas, aunque los afroamericanos están en mejor posición que hace un siglo. Los aranceles aumentaron bajo el presidente Donald Trump, como lo hicieron en los años veinte. Los estadounidenses continúan quejándose de un gobierno intrusivo, como lo hicieron durante la Prohibición. La década de 1920 fue la primera en la que la población rural fue menor que la urbana; en esta década, la América blanca rural se siente ignorada tras haber apoyado la fallida reelección de Trump.

Los años veinte no tuvieron un buen comienzo. La pandemia de gripe española, que mató a unos 675 mil estadounidenses de una población de 100 millones, había terminado, pero el país estaba sumido en una recesión de 18 meses marcada por la mayor caída en un año de los precios al por mayor y al consumo desde que se tiene registro. El milagro económico de los años veinte no comenzó realmente hasta julio de 1921, cuando terminó la recesión y la psicología del 'boom' se abrió paso.

Este verano, dependiendo de cómo avance la vacunación, es probable que haya un destello de ese frenesí cuando la gente salga de sus burbujas COVID-19. Los economistas encuestados por Bloomberg pronostican un crecimiento del PIB por encima del promedio después de un primer trimestre difícil, la previsión media estima una tasa anualizada de 4.7 por ciento en el tercer trimestre.

Abundan los indicios de una demanda contenida. La compañía Carnival, en una señal de confianza en el deseo del público de viajar de nuevo en crucero, alista ya su barco más grande, el Mardi Gras de 5 mil 200 pasajeros. Libres por fin para hacer lo que quieran, los estadounidenses podrían "vivir en el puro momento, vivir gozosamente de ginebra y amor", como escribió el crítico literario Malcolm Cowley sobre la llamada Generación Perdida.

Ginebra y amor hacen un cóctel poderoso, pero no mantendrán el crecimiento de una década. El argumento optimista para una reedición del próspero 1920 es que el confinamiento de la pandemia ha acelerado la adopción de tecnologías como las videoconferencias y el comercio digital que seguirán pagando dividendos mucho después de que el virus haya desaparecido. La consultora McKinsey & Co. dice que un sondeo global a ejecutivos reveló que están siete años por delante de lo que planeaban estar en términos de la proporción de productos digitales o habilitados digitalmente en las carteras de sus empresas. Y todavía hay margen para más. Cowen Research reporta que casi la mitad de los compradores de tecnología empresarial que entrevistó dijeron encontrarse en las primeras etapas de una transición a la computación en la nube.

Cuando se pronostica el progreso tecnológico lo difícil es averiguar dónde estamos en la curva de adopción. Allí tenemos por ejemplo a los robots. La palabra fue acuñada en 1920 por el escritor checo Karel Capek, pero un siglo después los robots no están a la altura de las esperanzas (o temores). Se necesitaron 13 años, de 2005 a 2018, para que la cantidad de robots instalados en Estados Unidos se duplicara, según la Federación Internacional de Robótica. Para un pesimista, eso es casi una meseta. Para un optimista, significa que los robots todavía están en la parte inferior de la curva de adopción en forma de "S" y despegarán en cualquier momento.

El argumento pesimista, el que no prevé un boom como el de los años veinte, sostiene que la expansión de la fuerza laboral y los avances en la escolaridad no igualan a los de aquella década, y los avances en tecnología de la información y biotecnología, aunque impresionantes, no se comparan con las tecnologías transformadoras y polivalentes que impulsaron el crecimiento hace un siglo (la electrificación y el motor de combustión interna, por nombrar dos). Como dijo decepcionado el inversionista Peter Thiel: "Queríamos coches voladores y en su lugar nos dieron 140 caracteres".

Para el estadounidense promedio, la vida cambió más de 1920 a 1929 de lo que probablemente cambie de 2020 a 2029. La electrificación nos dio refrigeradores (en lugar de hieleras), lavadoras (en lugar de lavaderos) y radios. Con la electrificación, las fábricas ya no tuvieron que depender de la energía de un solo generador conectado a las máquinas mediante correas y poleas ruidosas e ineficientes.

El motor de combustión interna se consolidó en la década de 1920, impulsando automóviles, camiones, equipos agrícolas y aviones. El número de conductores registrados casi se triplicó durante la década. El auge del automóvil provocó inversiones en carreteras y suburbios, así como en la producción de caucho, acero, vidrio y petróleo.

Robert Gordon, economista de la Universidad Northwestern, es uno de los principales exponentes del argumento de que estos tiempos no son iguales a aquellos tiempos. A pedido de Bloomberg Businessweek, reunió cifras sobre la productividad laboral para toda la economía desde 1893 hasta 2019, agrupando los datos en periodos aproximadamente iguales que comienzan y terminan en puntos álgidos del ciclo económico. Los datos hasta 1948 provienen de su libro The Rise and Fall of American Growth: The U.S. Standard of Living Since the Civil War, para el resto se basó en cifras del gobierno.

Los datos compilados por Gordon demuestran que el crecimiento de la productividad se disparó en 1920 y se mantuvo alta durante medio siglo antes de caer después de 1973. "Si bien es probable que el crecimiento de la productividad resurja en la década de 2020 desde el deprimente récord de la década de 2010, no hay posibilidad de un crecimiento que iguale el desempeño de los años veinte", escribió en un correo.

Una lección, entonces, es que el tiempo importa. La década de 1920 rugió porque las tecnologías que se habían cultivado durante varias décadas finalmente estaban listas para su despliegue masivo. Puede que ese no sea el caso hoy.

Entre ambas décadas es más fácil detectar similitudes sociales que similitudes económicas. Entonces, como ahora, Estados Unidos estaba dividido entre una dinámica sociedad urbana, multiétnica y de inmigrantes, y una sociedad rural predominantemente blanca y conservadora que suspiraba por un pasado que percibía como más puro y menos convulso. Los estadounidenses eligieron a tres presidentes republicanos en la década de 1920: Harding, Calvin Coolidge y Herbert Hoover. Harding prometió un "regreso a la normalidad", mientras que Coolidge "parecía ser un reacio refugiado del siglo anterior", escribió Nathan Miller en New World Coming: The 1920s and the Making of Modern America.

La era progresista que comenzó alrededor de 1900 había perdido su fuerza y ​​el New Deal aún no había llegado. Las empresas operaban sin restricciones: "Nunca antes, ni aquí ni en ningún otro lugar, un gobierno se había fusionado tan completamente con el negocio", escribió el Wall Street Journal en 1928. En palabras de Coolidge: "El hombre que construye una fábrica, construye un templo. El hombre que allí trabaja, allí reza". Elon Musk encaja muy bien como la respuesta de este siglo a Henry Ford, aunque nuestra sociedad es más escéptica de la idea de que lo que es bueno para el negocio, es bueno para el país.

Gordon describe los años de 1920 como "una década con rostro de Jano que desafía la caracterización simplista". Fue una época de liberación, en la que las mujeres consiguieron el voto y se atrevieron a llevar falda corta, fumar y beber ginebra clandestina, mientras poetas, escritores y músicos negros encontraban amplias audiencias.

Pero las mujeres aún lidiaban con la discriminación, y los afroamericanos y los inmigrantes enfrentaban eso y cosas peores. En 1921, una turba blanca incendió más de mil 200 casas en un vecindario negro en Tulsa, Oklahoma. En 1925, miles de miembros del Ku Klux Klan marcharon por Pennsylvania Avenue en Washington.

La Ley de Inmigración de 1924 cerró las puertas a los inmigrantes de Asia y restringió la inmigración del este y sur de Europa, lo que atrajo la admiración de nada menos que Adolf Hitler, quien escribió con aprobación en Mein Kampf: "La Unión Americana rechaza categóricamente la inmigración de individuos físicamente enfermos, y simplemente evita la inmigración de ciertas razas".

La década de 1920 fue una época de creciente prosperidad en general, pero también de creciente desigualdad de ingresos y riqueza y de profundas divisiones en la sociedad. La prohibición o ley seca, que entró en vigor en 1920, abrió una brecha entre los "secos" (partidarios de la prohibición) y los "húmedos" (opositores) y atizó el crimen organizado. A los trabajadores de las fábricas, los inversores en acciones y las grandes empresas les fue bien en su mayoría, pero la aún considerable economía agrícola se vio afectada por una caída del 53 por ciento en los precios de los productos agrícolas en la recesión de 1920-21 y tardaría años en recuperarse.

Los primeros tres años del mandato de Trump también estuvieron marcados por una marea de fuerte crecimiento económico que benefició a muchos, pero no a todos. La tasa de desempleo de los afroestadounidenses, por ejemplo, alcanzó un mínimo histórico, pero la pandemia revirtió gran parte de ese progreso. Lograr que la economía recupere su potencial para ayudar a los más desfavorecidos es una segunda razón, después de salvar vidas, para que el presidente Biden acelere la distribución de vacunas.

Quizás la lección más importante que nuestra década puede aprender de la década de 1920 es el peligro del aislacionismo. Estados Unidos emergió de la Gran Guerra de 1914-18 como la economía más poderosa del mundo y su principal acreedor, habiendo otorgado cuantiosos préstamos a las potencias de la Entente para financiar el esfuerzo bélico.

Sin embargo, Estados Unidos se resistió a asumir las responsabilidades del liderazgo mundial. Hartos de Europa y sus sangrientas disputas, los aislacionistas del Congreso impidieron que Estados Unidos se uniera a la Liga de Naciones. Con una política fiscal y monetaria restrictiva, Estados Unidos impuso su deflación a otros países. Washington también insistió en que Reino Unido y Francia pagaran sus deudas de guerra hasta el último centavo. Esos países recaudaron el dinero para pagar a los estadounidenses exigiéndole a su vez a Alemania el pago de indemnizaciones. Eso alimentó el resentimiento entre los alemanes que contribuyó al ascenso de Hitler.

Mucho ha cambiado desde entonces. Estados Unidos es ahora una nación deudora, que consume más de lo que genera. Trump tenía razón en que esto es un problema: Estados Unidos está acumulando deudas, mientras que su capacidad productiva decrece.

Lo que es similar es que hoy, como en la década de 1920, Estados Unidos no puede escapar de las obligaciones especiales que conlleva ser la mayor economía del mundo. Los estadounidenses aprendieron esa lección después del doble desastre de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

El país jugó un papel decisivo en la fundación de la ONU, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y lideró el esfuerzo para reducir las barreras arancelarias, lo que permitió a los países pobres y a los devastados por la guerra prosperar a través del comercio. Naciones como Alemania y Francia dejaron de lado los sueños imperialistas y se centraron en la calidad de vida. "Si le preguntas a un europeo de a pie qué es lo que le importa, a menudo es el fútbol", dice el historiador de Columbia Adam Tooze, autor del libro The Deluge: The Great War, America and the Remaking of the Global Order, 1916-1931.

En su presidencia, Trump revivió el aislacionismo, incluso resucitó el lema de "Estados Unidos primero" que Harding usó en campaña en 1920, y que fue adoptado por el comité antisemita y fascistoide America First Committee, que luchó para evitar que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial.

En ausencia del liderazgo estadounidense, naciones como Kenia, Etiopía, Nigeria, Malasia y Vietnam corren el riesgo de caer en la órbita de China, dice Tooze. "Como en los años veinte, somos nuestro peor enemigo", apunta. Biden debe demostrar que Estados Unidos es de nuevo un socio confiable.

Mientras tanto, la idea de que la pandemia del COVID-19 es una especie de trampolín que llevará a Estados Unidos hacia un futuro brillante no solo es desagradable, sino errónea. Las pandemias perjudican a las sociedades de formas que van más allá del número de muertos. En octubre, el Fondo Monetario Internacional publicó un documento de trabajo de los economistas Tahsin Saadi Sedik y Rui Xu que reveló un círculo vicioso: las pandemias contraen la economía y aumentan la desigualdad, avivando el malestar social, lo que impacta aún más la economía y empeora la desigualdad. El estudio se basó en brotes de enfermedades en 133 países entre 2001 y 2018. "Nuestros resultados sugieren que sin medidas políticas, la pandemia de COVID-19 probablemente aumente la desigualdad, desencadene malestar social y reduzca la producción futura en los próximos años", escribieron los autores.

Una última lección que nos dejan los años veinte es que la historia tiene algo que enseñarnos, y las figuras más influyentes de esa década frenética a veces no alcanzaron a comprenderlo. "La historia es una tontería. Es tradición. Y nosotros no queremos tradición, queremos vivir en el presente, y la única historia que vale la pena es la historia que hacemos hoy", dijo Henry Ford en 1916.

La introspección no era el fuerte de los rabiosos años veinte. "Los nervios desgarrados anhelaban los paliativos de la velocidad, la emoción y la pasión", escribió Frederick Lewis Allen hacia el final de 1931 cuando publicó Only Yesterday: An Informal History of the 1920s.

Nuestros nervios también están destrozados. Pero aprender del pasado puede ayudar a comenzar a sanar.

Este texto es parte del especial de la revista Bloomberg Businessweek México de 'Un mercado muy libre'. Consulta aquí la edición fast de este número