Año Cero

El año del búfalo enloquecido

Es importante determinar si aún es posible la concertación y la unión o, por el contrario, si ya es demasiado tarde. Veremos qué destrozos hace el búfalo loco.

El año chino que se terminará a finales del mes de enero es el denominado año de la rata. Ciertamente, y haciendo alusión a su simbolismo chino, el 2020 fue un año no de depredadores, sino de roedores que han conseguido ir dinamitando –a golpe de un virus insolente– la imagen y las bases de lo que entendíamos como un mundo estable hasta convertirlo en uno irreconocible. El año chino que comenzará el 12 de febrero será el año del búfalo, y es curioso, porque cuando uno visita África inmediatamente descubre, primero, que el verdadero rey de la selva –en mi opinión– es el elefante. Y, segundo, que los dos animales que le siguen, en términos de peligrosidad, no son los depredadores ni son los grandes felinos, sino que son los hipopótamos –que tan entrañables parecen–, y otra especie que cuando se le aísla y se convierte en un ser solitario se le tiene más miedo que a ningún otro: el búfalo loco.

Se nota que un búfalo loco es un peligro, porque lo primero que hace la manada es expulsarlo de su seno. Posteriormente este búfalo loco va transitando solo por la sabana y por los ríos buscando una muerte que, entre más destructiva y violenta, sea mejor. Es un animal que, debido a su dimensión y capacidades físicas, es difícil de ser eliminado o derrotado. Curiosamente la situación actual del mundo –o al menos del mundo que me toca vivir más de cerca– tiene bastante más de búfalo loco que de cualquier otra cosa. Pensábamos que –con la ilusión, la confianza y bajo el lema de que ya había llegado el turno de los pobres– el 1 de julio de 2018 habíamos conseguido poner tras rejas al león que tanto tiempo nos había acechado. Pero era mentira, lo único que hemos conseguido en los dos países más grandes de América del Norte ha sido despertar al león y convertirlo en un búfalo loco.

Si uno mira bien el resultado de las elecciones y el país que Joseph Biden y los suyos tendrán que gobernar dentro de dieciséis días, descubrirá que, por encima de todo, la división, el odio y la gran fragmentación social es lo que caracteriza el momento de la actual sociedad estadounidense.

Más allá de la eficiente distribución de las vacunas –cosa que con la ayuda del mercado y con el capitalismo supongo que logrará conseguir sin grandes esfuerzos– el principal trabajo que tendrá Biden será lidiar con la herencia y las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Biden tendrá que superar la sensación de lo que significa gobernar sociedades rebasadas, asustadas y colocadas frente a la verdad suprema que significa la elección entre la vida o la muerte. Además, también tendrá que corregir por la vía de la competencia el hecho ya innegable de que Estados Unidos, por primera vez en la historia, tiene números y estadísticas inferiores a las de China y que el liderazgo económico y tecnológico chino es verdaderamente preocupante tanto para Estados Unidos como –en mi opinión– también para el resto del mundo.

El mayor problema al que realmente se enfrenta Joseph Biden es que una vez despertado el león y convertido en un búfalo loco, el único deseo que se tiene es el de ir unos contra otros o el de buscar aniquilar a todos aquellos que no pertenecen. En este sentido he de confesar que como la historia es así de cruel y tiene un sentido del humor tan negro, ha hecho, por caminos muy diferentes, que la situación actual tanto de México como de Estados Unidos sea –desde el punto de vista social y desde los peligros que puede ocasionar el búfalo loco– o se encuentre en un momento bastante similar.

Hace mucho tiempo que los presidentes –al menos el que estará hasta el 20 de enero en la Casa Blanca y el que tendrá México hasta 2024– desecharon el argumento de que la polarización o la radicalización de la sociedad fuera algo peligroso. Ambos eligieron el camino de la persecución y del enfrentamiento sin piedad contra todos aquellos que se atrevieran a discutirles o simplemente a cuestionarles cualquiera de los elementos de su gobierno. Es patrimonio de los cambios políticos –cada uno en su lenguaje y a su manera de expresarlo– el que la lealtad y la obediencia ciega está por encima de cualquier otra consideración. Es patrimonio de las sociedades que encarnan y gobiernan el enfrentamiento hasta el último hombre sin descanso alguno. Es consecuencia, pues, no de la resolución de los problemas por la suma, sino de la solución de los problemas por eliminación de todo aquel que no lo vea como se ve uno mismo.

El origen del poder puede ser democrático. Sin embargo, el ejercicio del poder puede dejar de ser democrático en el momento en que los dictadores pretenden –mediante un proceso que aparenta representar la voz de las multitudes– imponer su voluntad a cualquier precio y sin importar las consecuencias. En estos momentos, por encima de la confrontación entre las sociedades, lo que necesitamos es la paz. Ha llegado el momento de hacer frente al desafío que representan los traficantes –sean de almas, de dinero, de drogas o cualquier otra condición– y de buscar resolver todos los problemas existentes que van desde lo sanitario hasta lo económico y lo militar. Y la victoria sólo se podrá lograr bajo el establecimiento de objetivos nacionales que sean formulados desde la unión.

Una gran prueba que ayudará a ver si es posible construir una reja que separe al búfalo loco de la convivencia y que impida que éste destruya todo, será ver el resultado final de la elección que elegirá a los próximos dos senadores del estado de Georgia. En la elección que se llevará a cabo el día de mañana ambos partidos se juegan la mayoría en el Senado, con el detalle de que, en caso de que resulten ganadores, los demócratas podrán gozar de tener el control de la Presidencia, de la Cámara de Representantes –ambas ya aseguradas– y además del Senado, para, de esta manera, cumplir con su parte del trato, que es aislar al búfalo, construyendo puentes para la unidad y no escenarios para la destrucción.

En esta situación y en el inicio del que será el año del búfalo, el panorama en el que nos estamos desenvolviendo es un panorama que está absolutamente lejos de lo que aconsejaría la magnitud de la crisis. Es como si entendiéramos que sólo bajo la eliminación del otro, de aquel que no ve las cosas o no es como nosotros, sólo así se puede garantizar ya no únicamente nuestro éxito, sino que, de no existir esa confrontación y esa lucha a muerte, realmente no habría posibilidades de consolidar lo que son las distintas ofertas de las partes que están enfrentadas. Ni siquiera la realidad suprema en la que se vive o se muere a la que nos enfrenta esta crisis sanitaria sirve para desatascar este nivel de enfrentamiento en el que al parecer ya da igual la manera en la que criticamos a los neoliberales o a los fifís, o las consecuencias del Black Lives Matter en las calles de Estados Unidos.

Las Américas están en problemas. Son problemas de supervivencia. Problemas de los que no es bueno distraerse sobre su magnitud. En este sentido, hay que volver a meter al búfalo no dentro de la reja –suponiendo que ésta pudiera soportar su estallido–, sino que hay que cambiar por completo la dinámica social. Voy a obviar cuánto se parece este discurso y esta situación a otras que vivieron en sitios como en Europa o en otros momentos de nuestra historia y que siempre terminaron mal. Pero sí creo que es importante saber que en este momento no sólo estamos dándole la cara a una crisis sanitaria, sino que estamos en la reconformación de unas sociedades que tienen que buscar contestar la siguiente pregunta: ¿realmente sólo se pueden construir desde el exterminio de una parte sobre la otra? Igual de importante es determinar si aún es posible la concertación y la unión o, por el contrario, si ya es demasiado tarde. Veremos qué destrozos hace el búfalo loco.

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